Nawatlahtolli iwan mexihkayotl
Pialli! Nehwatl notoka Josh. Nikpiya 26 xiwitl.
¡Hola! Me llamo Josh. Tengo 26 años.
Un amigo me pidió colaborar en un proyecto muy suyo, y me honra aportar un granito de arena en él. Me ha pedido hablar sobre un tema del que habíamos hablado en una pequeña charla, y, al parecer, mi pasión por este ha despertado su curiosidad... ya sea porque el tema es muy interesante o realmente me vio tan apasionado por él que algo de esa psión le contagié.
Y lo que compete a esta sección, es hablar sobre una lengua incomprendida. Tan presente en nosotros y aún así tan ajena. Una lengua tan poco entendida que suelen confundir con un dialecto, y tan injustamente tratada que fue relegada a ser considerada propia las personas más marginadas de México: el náhuatl.
Admiración a lo ajeno, desprecio por lo propio
Conozco personas de muchos lugares, y al conversar con ellas, me doy cuenta de que la mayoría no tiene interés en aprender otro idioma, y quienes sí lo tienen, suelen aspirar a lenguas europeas, especialmente las de países desarrollados. Es fácil comprobarlo: basta con preguntar qué idioma les gustaría aprender. Más allá del inglés —que ha dejado de ser aspiración para convertirse en necesidad— las respuestas típicas incluyen alemán, francés, ruso o italiano.
No es casualidad: son idiomas de países poderosos, históricamente dominantes. Países que, no hay que olvidarlo, también colonizaron, sometieron e impusieron su cultura a otros. Este fenómeno va más allá de los idiomas. En México, seguimos aspirando a parecernos a ellos: vestimos sus marcas, escuchamos su música, admiramos su arte, e incluso nos enorgullecemos de tener un pentabuelo en nuestro árbol genealógico.
Por el contrario, a menudo nos avergonzamos de lo que somos. No es raro escuchar expresiones como “pinche indio” o “rostro de artesanía oaxaqueña” usadas para denigrarnos entre nosotros. Aplicamos estándares de belleza europeos en una población que difícilmente encaja en ellos. Nos avergüenza la piel morena, las facciones indígenas, nuestro origen. Y no es enteramente nuestra culpa: este pensamiento hunde sus raíces en la colonia y se profundizó con el porfiriato. Somos hijos y nietos de generaciones educadas en el racismo, el clasismo, y aunque deteste este término (particularmente por lo mal que trató la historia a Malintzin), el malinchismo.
¿Por qué, en pleno siglo XXI y con toda la información a nuestro alcance, seguimos arrastrando estos prejuicios? ¿Por qué no empezamos a enorgullecernos de nuestra piel morena, de nuestras facciones indígenas y de nuestras tradiciones? ¿Por qué no podemos reconocer la belleza que hay en nuestro propio ADN? ¿Por qué admiramos lo ajeno y despreciamos lo nuestro?
Y a quien lea esto, no le pido que renuncie a aprender idiomas extranjeros, sino todo lo contrario. Quiero invitarlo a enamorarse también (así como alguna vez yo me enamoré), de una de las muchas lenguas que se hablan en nuestro país: el náhuatl.
Una historia de resistencia
La historia del náhuatl es triste, pero también admirable. Cuando los españoles llegaron a lo que hoy es México, no venían con intenciones de diálogo. Venían a conquistar, a extraer riquezas y a imponer sus creencias. Aprendieron náhuatl, sí, pero no para intercambiar ideas, sino para facilitar su evangelización.
Tras la conquista, la sangre indígena se fue diluyendo en castas, y así también lo hizo su lengua. Durante la colonia, tras el virrey, los peninsulares y los criollos, las castas representaban la clase baja, y por debajo de ellos, los indígenas, quienes ya eran pocos y probablemente los únicos que seguían hablando la lengua que les había sido heredada.
Este fenómeno obligó a los españoles a "alfabetizar" el náhuatl, escribiendo, en letras españolas, lo que escuchaban de las bocas de los indios. Y es así, como surgió el náhuatl que a la fecha puede ser enseñado, mas no amamantado. Esta alfabetización es un caos, pues no hay una sola forma correcta (a diferencia de otros idiomas) de escribir "bien", por lo que importa más el cómo se escuche, que el cómo se vea. Por lo menos, hay tres propuestas principales para escribirlo: la clásica (realizada por los frailes hace ya unos cuantos siglos), la de la SEP y la que es personalmente mi favorita, la del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI). He aquí un ejemplo:
MUJER: Cihuatl (clásica), Siuatl (SEP), Siwatl (INALI),
ÁGUILA: Cuauhtli (clásica), Cuaujtli (SEP), Kwawtli (INALI)
HORMIGA: Azcatl (clásica), Askatl (INALI)
Una lengua sin diccionario
La alfabetización es un problema en la actualidad, porque no hay forma de tener un diccionario. Y aunque la hubiera, el náhuatl es una lengua aglutinante, es decir, va constuyendo sus propias palabras a partir de otras. ¿Cómo habría un diccionario, si hay una infinidad de palabras que pueden crearse? Ejemplos de esto:
Nawkalpan (Naucalpan): Nawi (Cuatro) - Kalli (Casa) - Pan (En): En las cuatro casas.
Tlalnepantla: Tlalli (Tierra) - Nepantla (En medio de): Tierra de en medio.
Y una de mis favoritas:
Pitsonakamekakwitlaxkolkimilli:
Pitsotl (Cerdo) + Nakatl (Carne) + Mekatl (Cuerda) + Kwitlaxkolli (Intestino) + Kimilli (Envoltorio)
¿Carne de cerdo en forma de cuerda, proveniente del intestino, envuelta? ¡Longaniza!
¡¿No es hermosa la manera de construir una palabra?!
La mayoría de sus hablantes actuales no la aprendieron en aulas, sino que lo amamantaron, sobre todo en zonas rurales. Si bien no es una lengua muerta, ha tenido que luchar por sobrevivir de alguna manera, muchas veces mezclándose con el español. A diferencia de los españoles, o de cualquier otro país hispanohablante, hay palabras exclusivas de nuestro léxico, tan exquisitas y coloridas como "mecate", "tocayo" o "cochino". Incluso algunas hicieron eco en otros idiomas, como el célebre "chocolate".
Una lengua con mil voces
Otra gran limitante (aunque más una virtud que un defecto), es que el náhuatl varía en diversas zonas donde se habla. Para alguien que apenas aprende, debe saber que no es el mismo náhuatl que se habla en la zona central (Ciudad de México, Puebla), al de, por ejemplo, la Huasteca Potosina. No hay un solo náhuatl correcto, y aunque esto dificulte bastante su aprendizaje y puesta en práctica, lo hace más bello e interesante.
Y, sumando a los retos que enfrenta la enseñanza del náhuatl, es la gran escasez de recursos audiovisuales para aprenderlo. Me atrevería a decir que, en términos de literatura, por cada diez mil libros en español, en inglés o en francés, hay solo uno o dos en náhuatl. Ni hablar de la música no instrumental o recursos audiovisuales como entrevistas, reportajes o películas. Los profesores de lengua mexicana, ni siquiera tienen un documento que certifica su dominio en el idioma, porque no existen academias que certifiquen. Por la experiencia que he tenido, los temachtiani (maestros), enseñan desde el amor, haciendo sus propios materiales y compartiendo su conocimiento más empírico que científico, compartiendo no solamente los tecnicismos de la lengua (que de por sí son complejos), sino la cosmovisión de quienes lo hablan, y la historia que explica de dónde viene.
Volver a amar lo nuestro
"Náhuatl", en sí, significa eufónico, o agradable al oído, y particularmente creo que no hay más que verdad en la definición. La elegancia se suele asociar con lo refinado, con lo europeo y lo caucásico, pero yo encuentro en la lengua mexicana, una elegancia inefable, pues la técnica para siquiera pronunciarla (si no están de acuerdo, les invito a pronunciar longaniza), la complejidad de sus palabras y de sus significados, son también una probadita de historia y filosofía.
Lo que me parece más triste de esta lengua, es que es una herencia a la que nosotros, los mexicanos, hemos dado la espalda durante mucho tiempo, y no hago mas que desear que se retome, se enseñe y aprenda en una escala mayor, pero sobre todo, que se le ame.